jueves, 5 de septiembre de 2013

los otros días vi la película "Simplemente no te quiere", que si bien no es para el Oscar, es para la libretita que uno guarda al lado de la cama, o mejor, en la cartera, disponible las 24 horas del día.


Para los que no la vieron, es una suerte de conexión entre distintas historias que van abordando diferentes aspectos de las relaciones hombre/mujer. Los noviazgos largos que no llegan al matrimonio, la soltera de más de 30 que busca desesperadamente un novio, los casados, los amantes, el soltero empedernido que se las sabe todas porque nunca se enamoró,etc.
 El trasfondo de la película, no es otro que meter el dedo en la llaga, en eso que todos sabemos, y que todos aconsejamos a esa amiga que llora por un tipo que le partió el corazón, pero que cuando nos toca, pocos podemos ver.


Podemos darle vuelta al asunto mil veces, pero siempre llegamos al mismo resultado.
El amor no es matemático, es cierto, y si bien no se puede generalizar, hay ciertas reglas que no deberían cuestionarse.


En la primera escena de la película, un nene y una nena están jugando en una plaza. El nene, sin motivo aparente, insulta y empuja a la nena. Ella, con lágrimas en los ojos, se acerca a su mamá buscando consuelo, pero lo que encuentra es una justificación para ese nene: “Él te hace eso porque vos le gustás, esa es su forma de demostrártelo”. Y ahí queda sentada la idea con la que fuimos creciendo. Una confusión de base, que le imprimió ese dramatismo que solemos buscar las mujeres en las relaciones.


¿Por qué si estamos bien solas debemos llamar a ese ex que sabemos que al verlo dejará pedazos de nuestro corazón diseminados por el piso, que tardaremos meses en volver a juntar?
¿Por qué por un minuto de cielo nos autocondenamos a vivir un año en el infierno?
¿Por qué queremos hacer encajar lo que no encaja, pegar lo que ya está roto, zurcir lo que ya fue remendado?


Por ese toque de dramatismo, que parece ser esencial.
Esa bendita necesidad de que el otro cambie, de que el otro diga lo que no dijo hasta el momento, ni en diez años, ni en ocho meses, y que tal vez no diga nunca.
Me pregunto si el amor, el verdadero, el que perdura, el que crea, comparte, respeta, tolera y confía, no debería fluir de una manera mucho menos perjudicial para la salud.


Si uno tiene hambre come.
Si uno quiere fumar y no tiene cigarrillos, sale al kiosco a comprar aunque llueva.
Si uno quiere llamar, llama.
No es tan difícil, o al menos, no debería serlo.


El que quiere llamar…llama.
El que quiere decir…dice.
El que quiere volver a vernos…dice “quiero volver a verte”.
El que tiene interés…lo demuestra.


Basta de usar justificativos como:


. No tuvo tiempo
. Está tapado de trabajo
. Recién pasó una semana
. Tal vez no tiene crédito


Si pudo comer, ir al baño y fumarse un pucho, pudo mandar un mensaje o un mail o agarrar el teléfono.


Dejémonos de conformarnos con medias tintas, medias frases, medias palabras, medias relaciones…que de todas las mitades emparchadas, nunca podrá salir un entero que valga la pena.


Mi nueva frase de cabecera es: “Si no estás dispuesto a morir de amor, ni te molestes. No me conformo con menos”


Para menos, ya tuve durante bastante tiempo.
Para más, me tengo a mí.
Si es para mejor, entonces que venga…


Por supuesto, que uno puede flaquear.

Por eso lo escribo, para tenerlo siempre a mano, en caso de emergencia.

No hay comentarios:

Seguidores

Archivo del blog